lunes, 11 de marzo de 2013

6° DE PRIMARIA

  Ese jueves me desperté como cada mañana para ir al cole. El coche nos había salido rana. Siempre nos llevaban a mi hermana y a mi en coche al cole (ese día no iba a ser menos) y quizás aprovecharían para llevarlo al taller si pintaba mal la cosa, o al menos yo recuerdo oírles hablar de algo de eso, así que no irían en tren ese día.

  Nos llevaban al cole a "desayuno", porque entraban pronto a trabajar. En desayuno me lo pasaba muy bien porque algunos amigos también desayunaban en el cole y cada día llevábamos una película y nos la ponían hasta la hora de entrar en clase.

  Yo estaba esa mañana con Mumu y con Mariluz, como muchas mañanas. Jose llegó y se vino con nosotros. Nos dijo que habían puesto unas bombas. Jose era muy fantasioso, no podía ser verdad. "Venga anda Jose, qué van a haber puesto bombas, no inventes", le reproché.

  Más y más niños fueron llegando a desayuno y todos contando lo mismo, cada vez con más detalles. Bombas, en trenes, en el Pozo... Esos trenes los cogían mis padres cada mañana. Pero ese día mis padre iban en coche a trabajar, ¿o no? ¿No habrían cambiado de opinión y habrían dejado el taller para otro día?

  En ese tipo de momentos te da igual todo tipo de razonamiento o hecho previo. Tus padres habrían cambiado de opinión, tus padres habrían ido en tren, tus padres habrían cogido uno de esos trenes... Mumu y Mari me acompañaron a las escaleras, necesitaba desahogarme, relajarme y no pensar en lo peor. Tan mal estaba que hasta me ofrecieron dinero suelto para el teléfono. "Llámales y te quedas tranquilo Adri". Me puse muy serio en ese momento y entre lágrimas pude exteriorizar mi miedo: "Y si no me cogen, ¿qué?".

  Sólo me imaginaba la vorágine de sentimientos que me poseerían si, con independencia de cómo estuvieran mis padres, no me cogían la llamada. Luego supe que mi decisión de no llamar había sido la correcta, ese día se colapsaron las líneas telefónicas y lo más seguro es que no hubiese podido contactar con ellos.

  Nos llevaron a ver la película de ese día, yo no sé ni cuál era, sólo sé que cada dos por tres venía algún profe llamando a otros niños diciéndoles que sus padres habían ido a buscarles. Se fue Mumu y yo seguía ahí.

  Llegó la hora de subir a clase, las 9'00 y yo seguía ahí y sin saber nada de mis padres. Cada vez iba llegando más información del mundo exterior. Coches bomba. ¡BOOOOOOM! La teacher y la mademoiselle se abrazaron. Realmente no supimos de dónde venía ese ruido. Realmente no tenía ni puta gracia la situación, pero aún me sonrío recordando el susto que se dieron las profesoras.

  En la megafonía no paraban de sonar los nombres de los niños a los que sus familias iban a buscar hasta que sonó el nombre de una amiga de mi hermana y luego, por fin, el mío y el de mi hermana. Bajé corriendo a recepción y allí esperaba encontrarme con mis padres, pero no. Eran los abuelos de la amiga de mi hermana que decían que esperásemos, que mis abuelos estaban de camino al cole.

  Como no llegaban, tomamos camino a su casa, pero su calle, mi calle, estaba acordonada. Se volvió a hablar de un coche bomba o quizás sólo sería por su proximidad a la estación de el Pozo. Así que cambiamos el rumbo a casa de una de sus hijas, donde dejamos las mochilas del cole. Cuando nos disponíamos a ir a casa de otra de las hijas, la madre de la amiga de mi hermana, que vivía más lejos; llegaron mis abuelos y nos llevaron a su casa a mi hermana y a mí.

  Mi abuela, ante cada pregunta mía sobre mis padres, insistía en que había hablado con ellos y que estaban bien, pero que yo no iba a poder llamarlos porque las líneas estaban colapsadas. Con ese sentimiento de duda y angustia ante el desconocimiento de lo que realmente había ocurrido, llegamos a su casa. No sé el tiempo que pasó, si minutos o si horas, pero desde luego que se me hizo eterno el tiempo que pasó hasta que conseguí por fin oír la voz de mi madre. Por lo preocupada que estaba por nosotros, entendí que tanto ella como mi padre estaban bien. Y otra vez a llorar. Llorar y más llorar, esta vez de alegría. 

  Más tarde me enteré que por lo que realmente se habían llevado el coche y no se habían subido a aquellos trenes fue porque ese día, justo ese día, había huelga de los controladores de la O.R.A., así que no tendrían que pagar por aparcar. Bendita huelga.

  No recuerdo, muy a mi pesar, la primera vez que volví a ver a mis padres, mi siguiente recuerdo es ya en el patio de mi casa, que aquella tarde sí fue particular. Yo, junto a otros niños arrancamos palos y cintas que cubrían las zonas sin seto de jardín y las enarbolamos como banderas. Banderas de protesta, de rabia y de madurez infantil. Lo que se oía esa tarde, y muchos se empeñan en que se siga oyendo, es que había sido ETA. ETA era una vieja conocida para mi, ya habíamos cantado en 5º de Infantil por la Libertad a consecuencia de la muerte de Miguel Ángel Blanco. ETA, ese demonio, volvía a levantar en mí las costras de viejas heridas y no sé ni cuántas vueltas dimos al patio maldiciendo a ETA. No sabíamos bien qué era ETA y mucho menos sabíamos, ni niños ni mayores aún, que habían sido otros. Pero sí sabíamos la magnitud de aquello que aconteció ese día. Los niños de 6º de primaria saben lo que es la muerte.

  Haber tenido a la muerte cara a cara, haber observado con los ojos del miedo su fría mirada y como te arrebataba lo más querido, aunque hubiera sido todo resuelto en un final sin tragedia directa, hace madurar a un niño de golpe.

  Aún me queda un recuerdo que cada noche al acostarme me lleva a ese día. Desde aquel 11 de marzo de 2004, la ventana de mi cuarto no cierra bien. Y por ello doy gracias, porque para mi sólo sea tener que poner empeño en cerrar la ventana y no en levantarme cada día recordando que estoy solo, porque por suerte, no estoy solo.

Sapientia sola via est.

 




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